Época: Hiroshima L3
Inicio: Año 1942
Fin: Año 1945

Antecedente:
Guadalcanal

(C) Virginia Tovar Martín



Comentario

Una poderosa fuerza norteamericana (13), cuyos preparativos no fueron detectados por los japoneses, mandada por el contralmirante Fletcher, se aproximó a Guadalcanal. La operación anfibia estaba dirigida por el contraalmirante Richmond K. Turner, que enarbolaba su insignia en el Mac Cawley y el desembarco corrió a cargo de la 1.ª División de marines, mandada por el general Alexander A. Vandergrift. Durante las primeras horas del 7 de agosto de 1942, la fuerza de desembarco y apoyo penetró en la bahía de Guadalcanal. Los norteamericanos estaban a punto de realizar su primera operación anfibia tras la guerra que sostuvieron contra España en 1898. A las 6.15 horas locales, el crucero pesado Quincy dio la señal de ataque con una andanada de sus cañones de 203 mm. Siguió el fuego de apoyo de toda la escuadra contra la posiciones japonesas, el aeropuerto en construcción y sus acuartelamientos, mientras los dragaminas rastreaban la costa para evitar trágicas sorpresas. Cuando el día proporcionó sus primeras luces, 44 bombarderos procedentes de los portaaviones Saratoga y Enterprise, martillearon cuantos blancos pudieron detectar en la zona de desembarco. Por fin, los lanchones comenzaron el transporte de tropas hasta la orilla.
Los marines apenas si hallaron resistencia. El grueso de las tropas japonesas, menos de 3.000 hombres, sorprendidas por la intensidad del bombardeo, se adentraron apresuradamente en la isla, abandonando sus campamentos y, sobre todo, el aeropuerto que tenían casi terminado, que los norteamericanos bautizarían como Henderson (en recuerdo de un jefe de escuadrilla muerto en Midway), por el que luego se lucharía con ferocidad durante seis meses.

Al mismo tiempo, para evitar una reacción enemiga contra la espalda de la operación principal, la flota de Turner bombardeó los islotes de Tugali, Gavutu y Tanambogo, pertenecientes a la isla de Florida, situada frente a Guadalcanal y a una distancia de unos 39 kilómetros al norte de las playas elegidas para el desembarco.

En Tugali, capital inglesa de las Salomón, la pequeña guarnición japonesa aguardó en las grutas del sur de la isla a los marines del teniente coronel Edson, alias Mike el Rojo, y abrió un fuego mortífero cuando se le presentó la ocasión propicia, a cargo, sobre todo, de tiradores especiales disimulados en los múltiples escondrijos que procura un bosque tropical y también en las copas de los árboles -lo que constituía una novedad, puesto que no se había vuelto a ver desde la guerra de Cuba-.

En Tugali vieron y sufrieron los norteamericanos por primera vez lo que luego serían clásicas argucias japonesas, muchas veces suicidas: soldados muertos o malheridos que resucitaban haciendo fuego por la espalda contra los marines que acababan de pasar sobre ellos; dementes cargas a la bayoneta de pequeños grupos que gritaban enloquecidamente ¡banzai!, asaltos salvajes conducidos por oficiales que arremetían únicamente armados con su sable de reglamento, instalación de morteros en profundas grietas del suelo, utilización masiva de cavernas artificiales o naturales para el tiro y la disimulación de la artillería o la infantería...

También en Tugali se escucharon por primera vez las amenazas gritadas por los soldados japoneses en inglés, aprendidas de memoria y pronunciadas casi sin acierto, y que cuando sonaban en la noche helaban la sangre -según recuerdan quienes combatieron en el Pacifico-: "¡Vas a morir ahora, marine!, ¡beberé hoy tu sangre, americano!"... Y estaban, también, las sigilosas y astutas infiltraciones hasta el punto de que, durante la noche, los soldados norteamericanos temían que quien combatía a su lado no fuera el compañero que estaba allí minutos antes, sino un enemigo que acababa de matarle y que esperaba la ocasión propicia para hacer lo propio con él. Pese a todo, la superioridad en hombres y material se impuso claramente y los norteamericanos se adueñaron rápidamente del islote.

En Gavutu la historia fue parecida, pero en este desembarco el denso fuego japonés clavó en la playa a los invasores. Eso duró pocos minutos: la artillería naval norteamericana diezmó a los defensores y los desalojó de sus posiciones. Los supervivientes, refugiados en oquedades y cavernas, fueron desalojados o enterrados vivos a base de potentes explosivos lanzados contra sus refugios.

En Tanambogo se produjo un hecho insólito: los japoneses lograron rechazar el primer asalto norteamericano. La segunda oleada alcanzó la playa y logró desembarcar dos carros de combate, contra los que se lanzaron -ante la estupefacción de los marines- los obreros formosanos y coreanos que trabajaban en la isla. Con barras de hierro, picos, machetes y botellas de gasolina inmovilizaron los blindados, se apoderaron de sus tripulantes y los despedazaron en una histérica escena de linchamiento que tuvo lugar ante los aterrados ojos de los infantes de marina desembarcados. Cuando los marines lograron reaccionar, aniquilaron a la enfurecida muchedumbre y, después, hasta el último hombre, a toda la guarnición japonesa.

La resistencia en estos islotes revistió caracteres épicos, hasta el punto de que en Tugali los norteamericanos hicieron solamente tres prisioneros; en Tanambogo y Gavutu no hubo supervivientes japoneses. Se calcula que en estos desembarcos perdieron los norteamericanos 250 hombres, mientras que los japoneses registraron 1.500 bajas.